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El campo de concentración de Visco: una historia olvidada.

 

Visco, en la provincia de Udine, un municipio diminuto, uno de los últimos de Italia en cuanto a superficie, ha estado lidiando desde 2001 con la forma de aprovechar al máximo los cuarteles en desuso. Un problema con aspectos variados en otros lugares.

Enormes zonas, que se deterioran rápidamente, todavía en manos del Estado o a veces propiedad de los municipios, están esperando ser convertidas a uso civil.

Si las peculiaridades son constantes en una situación que se comparte, aquí los aproximadamente 120.000 metros cuadrados se extienden a ambos lados de lo que durante siglos fue una frontera y albergan, casi intactos en su conformación urbana y arquitectónica, un campo de concentración que los fascistas establecieron para los pueblos acorralados en Yugoslavia (febrero-septiembre de 1943).

Hace unos días, nuestro Ministro de Asuntos Exteriores, y su colega alemán (fue en 2008 n.d.A.) fueron a visitar la Risiera di San Sabba, en Trieste y se expresaron con palabras nobles. Pero para los campos totalmente fascistas es diferente: con una imagen retórica, barroca, pero efectiva, se podría decir que todavía prefieren barrer, bajo la alfombra del tiempo, la basura de la historia.

Y así la defensa de la memoria se convierte en un imperativo moral que va más allá del dato local.

 

Aquí hay seis siglos de historia, única, sin parangón, inabordable, en otro lugar, casi increíble en la realidad; debemos asegurarnos de que no se nos escape por ignorancia, deliberada, obstinada, preocupada por enterrar de manera culpable; manipular la historia para evitar exámenes, comparaciones; hacer dinero, en el microambiente de lo local, lejos de una oportunidad cultural, cuya importancia va más allá del lugar, la región, el Estado.

Sea cual sea la forma en que se mire, incluso desde un punto de vista ideológico y por lo tanto sesgado, este espacio de tierra, de unos pocos cientos de metros lineales (el actual cuartel y, antes de eso, el campo de concentración), abre un mundo frente a él.

Hay que dialogar con él, de lo contrario se convierte en un simple centenar de metros de tierra, más o menos desbordado, orgulloso de su capacidad para ocupar el espacio, sin saber que ha acompañado dramáticamente los destinos humanos.

Frontera; aquí la palabra ha resonado durante siglos.

Incluso un dios, los Romanos, habían molestado por ello: el dios Term.

Los romanos, que se habían convertido en rehenes de una mentalidad nacionalista que estalló en nuestros años, después de haber meditado en el siglo XIX, “la primavera de los pueblos”, o simplemente el desastre perseguido por una superioridad sin sentido, que exigía el “¡Yo sí, pero tú no!”.

No la “buena frontera”, como indica el poeta friulano Celso Macor, nunca local, y en sinergia con los países vecinos, sino ese espacio áspero, cuestionador y de arrogante superioridad, que fue el primero en pedir cuentas a los pueblos de sus relaciones, de su convivencia.

Este encuentro con los lectores flota sobre una ligereza ideológica (no superficialidad), que, si se vive bien, puede llevar a comprender las razones de los demás, porque la frontera sustentó el conocimiento, la historia personal, que, con los años, se convirtió en social.

Cuando había una frontera (a principios del siglo XVI) aquí en Italia, entre Venecia en el oeste y el condado de Gorizia en el este, se produjo el encuentro del mundo veneciano y latino con el mundo eslavo, alemán y húngaro.

La frontera generó relaciones positivas: el arte, el pequeño comercio; y negativas, como el contrabando, el bandidaje, que floreció en la falta de una organización moderna de los estados, y los enfrentamientos deseados por los poderosos, en momentos particulares (allanamientos, asaltos de ganado, disputas por derechos de aduanas, cobro de impuestos…).

La situación, tambaleante durante el período napoleónico (1797-1815; por un Te Deum equivocado el arzobispo de Udine Baldassarre Rasponi corrió el riesgo de ser fusilado (el barón párroco de Gradisca Sigfrido Baselli cortó entonces el Te Deum) no cambió con la guerra de 1866 y la fijación de las fronteras entre el Reino de Italia y el Imperio Austríaco.

Cambiò solo, oficialmente, en el 1920, con el anexo de estas tierra a Italia.

Entre estos polos cronológicos, el espacio de tiempo intermedio vio todo tipo de cosas: la fundación de la espléndida ciudad-fortaleza de Palmanova (1593), que tuvo el efecto de un hormiguero destruido, vaciando progresivamente a Gradisca de su importancia.

Frontera móvil, líquida, en la época napoleónica, recuperó su estabilidad después del Congreso de Viena (1815), como separación entre el Reino de Ilírico al este, y Lombardía Venecia al oeste, todavía dentro del Imperio Austriaco (austrohúngaro a partir de 1867).

El año 1915 vio la ocupación italiana y el espacio del actual cuartel de Visco se utilizó para un hospital, al principio en tiendas de campaña.

Caporetto, en 1917, y nace Borgo Piave, el campo para 400 refugiados de allí (los de la orilla izquierda del Piave que tenían sus aldeas destruidas porque estaban en el nuevo frente) que se habían amontonado más allá de la línea del frente.

 

Después de la guerra se convirtió en un depósito de artillería; en 1941 se convirtió en un cuartel con una unidad de fusileros para apoyar a la caballería que operaba en Yugoslavia, que fue atacada por Italia el 6 de abril de 1941.

 

 

 

Campo de concentración, desde febrero a septiembre del 1943, de espacios mucho más grandes que los actuales (alrededor de 120.000 metros cuadrados).

 

 

 

Fue parte de una amplia y descabellada operación para desnacionalizar Eslovenia, por ejemplo (pero había también serbios, croatas, bosnios, montenegrinos…), con campos en Gorizia, Sdraussina (Go), Fossalon (Go), Gonars (Ud), Monigo (Tv), Bosco Chiesanuova (PD)…

 

 

 

En el depósito de la Wehrmacht, en 1944, una treintena de partisanos del GAP Bassa friulana bajo el mando de Ilario Tonelli (Martello), con una audaz operación de comando, se llevaron un camión y un remolque de armas.

Sólo uno de los hermosos perros-lobo del comandante mariscal murió; su nombre era Rolf, y había sido entrenado para atacar a aquellos que poseían armas.

En 1945, los Ingleses desarmaron de 15 a 20.000 Cetnics aquí.

Después de la guerra, los cuarteles fueron entitulados en honor a Luigi Sbaiz, medalla de oro que combatía con el ejército de los aliados, que remontaba Italia.

En 1947, alojó a los financieros y carabineros que fueron a retomar Gorizia.

Después se convirtió en un cuartel, con un mar (miles) de jóvenes de toda Italia haciendo el servicio militar, hasta 1996, cuando cerró, para ser llevado como dote al Municipio de Visco en 2001.

Dicho esto, no se puede sino sostener que todo lo que queda del campo, del que los cuarteles son una parte mínima, debe salvarse, salvarse sobre todo por medio de la planificación, y vincularse con el proyecto del “Museo de la Frontera”, ideado por quien escribe, en el hermoso edificio de la ex aduana austríaca, y compartido por muchos intelectuales (como Boris Pahor, para mencionar uno) y ciudadanos; un museo dinámico, no un revoltijo de cosas vieja, un lugar de estudio, debate, análisis de la situación, que puede abarcar desde los restos de Europa que vagaban por estas partes, por ejemplo en la época de la Guerra de Gradisca (1615-1617), desde aquella que lleva el prefijo Mittel a aquella de los Balcanes, la escandinava hasta aquella mediterránea.

Un análisis de cómo la frontera era un lugar de intercambio económico y cultural (aquí había una de las dos aduanas teresianas); cultural en el sentido más amplio del término, en todas sus facetas, desde la de la mentalidad a las artes, al aspecto político-institucional, al análisis de otras fronteras, incluyendo las del alma que se aferran una vez más, de forma serpenteante, a los corazones de los Italianos.

 

Casi casi, además de seguir adelante con el estudio de todo esto, el lugar debería inventar, con el estudio y el análisis de los expertos, una serie de oportunidades para retroceder en la historia, no en una fantástica operación de máquina del tiempo, sino de rigor cultural y reapropiación de las mejores cualidades humanas, especialmente las centradas en el encuentro.

 

Ferruccio Tassin

(traducción del italiano por Arq. Maria Cecilia Rossi)

 

 

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